lunes, 22 de octubre de 2007

City Marketing

Hemos llegado a Shanghai pero no parece que hayamos salido de Hong Kong. Los mismos rascacielos, la misma perfección en los servicios, los mismos chinos. Allá pensamos que era cosa de la ZEM, Zona Especial de Millonarios o algo así. Es decir, que como no pagan impuestos, en vez de ser chupados, son ellos los que chupan de todos lados. Pero acá, eso no tiene nada que ver. Seguro que en los dos lados, la forma de ser de los amarillos cuenta. Y mucho. Aquí y allá. Arriba y abajo. Todos curran, todo el día. Sin parar.

Y se nota. En sus ciudades, en su forma de vestir, en su nivel de vida. No tienen nada que envidiarnos como os decíamos en otro post. Da la impresión que ni siquiera la democracia. Es verdad que sólo tienen un partido pero, dentro de él, sus candidatos son escogidos democráticamente (esto no es así totalmente pero están evolucionando hacia ello). Miradlo de otra forma. En el fondo es como si no existiera no uno, sino ningún partido. Cada persona es su propio partido. Quien quiere ser político sólo tiene que afiliarse al partido y ganarse los votos, como todo hijo de vecino. Si me apuras, me parece un sistema más justo. No votan todos, sólo los que les interesa tanto que están afiliados. Los otros, pues no. Y no suena mal porque, la verdad, que el voto de un tío o tía que no se ha leído ningún programa político de ninguno de los partidos, que si conoce la actualidad será siempre por la misma cadena o periódico y por tanto seguro que viciada de un lado o de otro, que si va a votar depende de que salga el sol y se vaya de finde o si llueve y se queda; pues os decía, que el voto de este demócrata valga lo mismo que el de alguien que se lo curra, pues será justo pero tampoco es demasiado serio.

Además, como que sólo hay un partido, no hay órdenes de voto. Cada cuál vota según su opinión real y según su consciencia. ¿Alguna vez habéis pensado que lo más antidemocrático que hay en el mundo son los partidos políticos? Uno de arriba decide que hay que votar en una u otra dirección y, aunque tengas tu propia opinión, tienes que seguir esa indicación, salvo que no quieras ser centro de un escándalo y que encima te insulten con eso de tránsfuga. Es verdad que a veces es una simple delegación de confianza: como yo no tengo tiempo de estudiar todas las leyes y situaciones, me fío de alguien de mi partido que lo hace por todos. Pero no siempre es así. Y además, que las estudien, que por algo les pagamos para que no hagan nada más. O eso se supone.

¿Qué queréis que os diga? A mí, por ejemplo, me encanta la Cámara de los Lords en la Gran Bretaña. Es un órgano no electo democráticamente sino por méritos que tiene derecho a vetar cualquier Ley y devolverla al Parlamento siempre con un veredicto razonado. Es verdad que muchos de ellos su único mérito hoy es ser hijos ayer de nobles, pero poco a poco se está convirtiendo en una Cámara de Sabios pues las nuevas incorporaciones son personalidades que han demostrado ser extraordinarios en diferentes ámbitos. Vaya, que si por mí fuera, volvíamos a la época de los patricios: que nos gobiernen unos pocos pero que sean los mejores. Y que ellos se apañen. En otras palabras, un Gobierno Ilustrado, que falta nos hace.

O mejor todavía, un Gobierno Privado. Si te gusta, te quedas. Si no, pues te vas a otro país. Como si estuvieras comprando un coche y con garantía. Si no cumplen sus promesas, pues te devuelven el dinero. Con los países parece una locura, pero no lo es tanto con las ciudades. Lo hablábamos el otro día y justo en la revista de Air China salía un artículo sobre ello. Y una cita de Maragall: “lo distintivo en el futuro serán las ciudades, no los países”. City Marketing le llaman. Cada ciudad debe tener un posicionamiento, unas cualidades y las tiene que publicitar pero, por encima de todo, las tiene que cumplir. Son las 7 efes: facilities, fashion, fun, feel, fortune y future (equipamientos, moda, diversión, sensaciones, suerte y futuro). Y si lo hace bien, tendrá su recompensa. Más ciudadanos querrán vivir en ella y más impuestos recaudarán.





La fábula de la hormiga china

Porque queda bien en el título pero de fábula no tiene nada. Ya llevamos tres semanas en la China, seis ciudades y otros tantos pueblos, y seguimos alucinando. Por todos lados tienen obras gigantescas, todas ellas públicas y cívicas, es decir, para dar servicio al ciudadano y a la economía, y por todas partes siguen construyendo más y más. En todas las calles tienen comercios de primera y conceptos de vanguardia. La gente es agradable, disfrutan de lo que hacen y todos por igual parecen disponer de un nivel de vida semejante. No hemos visto a ni un niño trabajar, ni mendigo pedir a excepción de un par de tullidos. Las avenidas son mucho más anchas de lo que es necesario hoy, como previendo lo que les hará falta en el futuro, y están llenas de bicicletas y motos eléctricas reduciendo la contaminación al máximo.

Quizás sabían que veníamos y han escondido todas sus miserias. O quizás es que echaron por la borda a los que sobraban. Eso no podemos saberlo pero sí que os podemos asegurar que no nos extraña que el mismísimo Delai Lama, según su propia autobiografía, se quedara gratamente impresionado con el sistema económico y la filosofía comunista. Y si lo pensáis bien, tiene todo su sentido. El sistema capitalista se basa en que la suma de individuos buscando su máximo beneficio personal, dará el mayor beneficio posible para todos en su conjunto. Pero ni esto es así como demostró el famoso Premio Nobel Nash, ni tiene en cuenta el reparto de la riqueza. Por su lado, el Socialismo Chino, con una buena gestión de los medios de producción, lo que ha hecho es que los beneficios del capital, al no ser de unos pocos sino de todos por ser del estado, se han reinvertido en crear infraestructuras y acumular conocimientos y medios, en vez de en gasto como hubiera pasado si fueran de unos pocos millonarios. Gasto que, además, hubiera sido en bienes de lujo o en ocio la mayoría de las veces de otros países por lo que la riqueza se hubiera trasladado fuera (la típica fuga de capitales, como tales o en otras formas que viene a ser lo mismo) (podéis comparar esta situación con lo que ha pasado en Rusia al cambiarse del día a la noche del socialismo al capitalismo).

Paralelamente, la falta de ese gasto privado la han suplido, aparte de con la propia inversión del estado, con la venta de productos a otros países a un coste imbatible, a base de mantener una economía cerrada en el aspecto monetario, lo que les permite fijar el tipo de cambio que quieran, más cuando lo hacen absolutamente favorable a las monedas extranjeras. El peaje, que su capacidad adquisitiva fuera es mucho menor. Pero eso sería preocupante si necesitaran de otros países, por eso su obsesión de ser autosuficientes y lo son. Y donde no, se apresuran para serlo, como por ejemplo con el Uranio. Su necesidad energética será tal en el futuro que saben que no podrán sobrevivir sin la energía atómica por lo que ya son dueños de la mayoría de las fuentes de dicha “materia prima” en todo el mundo. Otro peaje, que su población no puede acceder a marcas extranjeras pero tampoco parece importarles mucho, la verdad. Además, somos tan “inteligentes” los occidentales que, en aras del potencial que ofrece el mercado chino para el futuro, hoy les ponemos al alcance productos nuestros a unos precios a veces por debajo incluso de su coste (es el dumpling social que provoca que muchas de las empresas presentes en China lleven años dando pérdidas).

Mientras, ellos no paran de copiar dichas marcas y como parece ser incluso política de estado, tienen las de ganar. Danone, por ejemplo, acaba de romper su joint-venture con una empresa china porque sus propios socios les copiaban sus productos a menor precio con una empresa paralela. O, mejor incluso, una marca local de deporte cuyo logotipo es muy parecido al de Nike y su claim al de Adidas: del “impossible is nothing” al “anything is possible”. ¡Y tienen toda la razón!!! ¡Aquí todo es posible!!!! Y, si no, tiempo al tiempo. Yo, mientras, le diré a mi asesor de inversiones que ponga todo mi dinero en la China.

Crítica a la religión pura

Llevamos casi dos meses de viaje y ya hemos visto templos de todos los colores y de todos los folklores. Y lo digo así porque, tras estar en sitios tan sagrados para los hindúes, budistas o musulmanes como lo puede ser Roma para nosotros, lo que más nos ha impactado no es la vehemencia de los creyentes en el Islam que vemos cada día en los telediarios, ni la paz espiritual que esperábamos encontrar en Lhasa, ni la espiritualidad tan cacareada de la India. No. Lo más impactante ha sido la parafernalia con la que a lo largo de los siglos, en todos los casos, han disfrazado las enseñanzas o mandamientos originales hasta ahogarlos en un oscurantismo que, sin duda, te lleva a ser escéptico con ellos. Y a preguntarte, sobre estas religiones y otras, sobre ellos y nosotros: ¿cuándo nos olvidamos del origen de todo? ¿Cuándo le dimos más importancia a la forma que al fondo? ¿A la imagen que a la palabra? ¿Al ritual que al comportamiento? ¿Al mensajero que al mensaje?

¿Cómo fuimos capaces de desvirtuar tanto lo que nos dejaron personajes tan excepcionales como Budha o Jesús? Porque, no lo olvidemos, fueron otros y no ellos quienes edificaron iglesias y religiones. Fueron otros quienes los convirtieron en divinos, incluso a aquellos que nunca invocaron su carácter celestial. Fueron otros quienes trocaron pequeños gestos significativos en complicados rituales sin sentido. Ellos simplemente nos querían enseñar un camino para mejorar como personas. Y muchos de nosotros, en vez de ver ese camino, nos quedamos atontados mirando el dedo con el que nos lo señalaban. O no pudimos ver más allá porque, entre tanto humo y ofrenda, sotanas y pinturas, templos e imágenes, nos taparon la vista.

Para muestra un botón ¡Ayer estuvimos en un templo de Confucio!!! El más grande de los filósofos chinos, el mismísimo Maquiavelo de Oriente adorado como un dios (sus enseñanzas iban dirigidas a ayudar a los gobernantes a ser más justos y mejores reyes de sus pueblos). En vida, ninguno de ellos quiso aplicar sus métodos. Una vez muerto, le ponen un altar y los Emperadores se pasan 500 años haciéndole sacrificios. Si lo viera, el tío los cateaba a todos. Y digo cateaba porque él fue el creador del sistema de exámenes que la burocracia del Imperio utilizó durante siglos para seleccionar a sus funcionarios. Sistema que Mateo Ricci, jesuita misionero en la China, llevó a Occidente para drama de futuras generaciones estudiantiles.

Pero ejemplos los hay aquí y allá, de unos y de otros. Para mí el mejor es el de Budha. El Iluminado les dejó bien claro que no le siguieran pues toda persona sólo puede ser seguidora de una misma. Y puñetero caso que le hicieron, pues no siguieron sus enseñanzas sino las suyas propias, las que una vez y otra nos llevan a los humanos adorar y a convertir en dios cualquier cosa que se mueva. Así, ahora todos sus templos están a rebosar de figuras de Budhas ante los que no paran de quemar grasa y donar dinero.

Si de verdad Dios existe, esté donde esté, al vernos deberá estar tirándose de los pelos y de las barbas. Igual, incluso, decide de nuevo enviarnos a su hijo o alguien con dos dedos de frente para poner un poco de orden. ¿Os lo imagináis? ¿Qué pasaría si mañana Jesús o Budha volvieran a la Tierra? ¿Dedicarían su vida a levantar iglesias y monasterios, o a construir escuelas y hospitales? ¿Serían sitios fríos y distantes, o abiertos y cómodos para pensar y reflexionar, hablar y escuchar? ¿Olerían a incienso y cera, o a aire fresco y flores? O quizás simplemente decidieran no volver y ver desde lejos como poco a poco nosotros solos salimos de ésta.